Eran las 16:34 hs del jueves 23 de enero, acabamos de llegar con Pamela, a Quila Quina en el catamarán desde San Martín de los Andes. Luego de un corto almuerzo y de alimentar ganzos y perros lugareños, a los pies del lago Lakar, comenzó una aventura inolvidable y reveladora de la capacidad de fortaleza que llevamos dentro.
Decidimos caminar desde Quila Quina a San Martín de los Andes por un camino entre montañas y bosques, de más de veinte km de longitud y más de mil metros de altitud.
Mochila, botella con agua, una galleta y una manzana eran las provisiones, además de varios dulces de leche que Pame coleccionaba en los desayunos del hotel.
Pedimos indicaciones a un artesano descendiente de mapuche y comenzó el viaje.
En los primeros 300 metros de camino ya habíamos subido 100 metros de altura, el camino serpenteaba entre altísimos y añejos pinos, adornados por una impecable capa verde. Cada paso se mezclaba con lo bello, lo incierto, la admiración y la emoción de este ahí, vivos, desafiando el terreno, el clima y conociendo la capacidad y ganas de dar el siguiente paso. Caminamos 30 minutos subiendo más y más hacia nuestro primer hito, llegar al punto más alto del largo camino. Las curvas, una tras otra, jugaban con nosotros, despertaban la imaginación para adivinar que venía después. La naturaleza zigzagueante del camino hacía que el pasado, presente y futuro se mezclen con sólo mirar abajo, al frente o arriba.
Un cálido humo de hogar describía en ese lenguaje que sólo los sentidos entienden, la humildad y paz con que viven varias familias Mapuches en esa zona. Ahí entre montañas, pinos y esos infinitos verdes tiñendo el suelo, era imposible imaginar cuantos cientos de años habían vivido fundidos con el ecosistema. Lo más fácil de ver era lo rápido que invadimos sus tierras y los persuadimos para venderse expuestos en un escaparate sin vidrios. Tal vez por la gratitud permanente que expresamos por estar ahí, sus ancestros nos permitieron verlos más allá de toda atracción turística y sentirnos, aunque sea por un momento, parte del todo.
La pureza del aire, la voluntad y la distracción mental que imponía el paisaje, energizaban permanentemente nuestras piernas para ascender una y otra curva. A los costados divisamos dos perros inmóviles con su vista puesta casi sin interrupción en varios caballos que pastaban dominantes. En el siguiente tramo, varias ovejas blancas y una negra, comían frescas hiervas rociadas por la lluvia de tres días.
Cuando el cansancio y el miedo a lo desconocido nos invadía, la madre naturaleza nos daba su mano mostrando una hermosa ave o un pequeño conejito cruzando el camino, que nos conectaba nuevamente.
Las nubes indecisas e inseguras de haber saciado la sed del milenario bosque y toda la vida que aloja, lanzaban ráfagas de lluvia cada tanto. Un viento helado autografiaba sin pedir permiso nuestras espadas, con la dedicatoria "esto es la Patagonia". Cuando el camino parecía llegar a su fin aparecía otro cerro más alto que mostraba en la cumbre un pequeño hilo gris que se perdía en la espesura. El momento más obscuro de la noche indica que empieza a amanecer, así fue que llegando a más de mil metros de altura aproximadamente a siete km de Quila Quina para empezar a descender. En ese momento la magia del lugar destello a la izquierda la imagen más sorprende que tal vez nunca vimos. Un interminable cordón montañoso, salpicado sutilmente por nieve en sus cumbres, forrado con miles y miles de flechas verdes que apuntaban perfectamente al cielo sin importar la anatomía caprichosa de la montaña, a los pies un lago impecablemente cristalino, con por lo menos 15 tonos de verdes y azules pincelados en sus aguas, luego las casas de las familias mapuches, rodeadas de frondosos y gigantes árboles cobijando sus cabañas de tronco y madera, más arriba varios ríos se adaptaban y fluían a través de obstáculos para unirse al maravilloso espejo. Intentamos capturar esos paisajes pero sólo nuestras almas podían verlo todo.
Seguimos caminando, un paso a la vez, constante y firme fue nuestra estrategia todo el viaje, siempre avanzar, cuando uno cedía al cansancio, el otro lo animaba a seguir dando un paso más. Ya habíamos comenzado el descenso hacia varios minutos, luego de caminar doce km, divisamos la ruta pavimentada que marcaba el inicio de los últimos seis km hasta San Martín. Una última subida dejo atrás la naturaleza casi pura, para mentalizarnos poco a poco que estábamos más cerca del objetivo, pero más lejos de ese maravilloso lugar. Nuestras piernas estaban agotadas, pero nuestro ánimo firme, se podía ver casi los seis o más km faltantes de ruta. Esto nos mostraba lo lejos que aún estábamos, pero también nos daba más fuerza para seguir caminando. Para ganar la batalla al desaliento, partimos el camino en varios trozos más cortos, primero nos propusimos llegar a una curva que parecía muy lejana, luego a un tramo largo, luego una segunda curva y finalmente el pueblo de San Martín de Los Andes.
Cuando casi todo aliento y fuerza nos había abandonando, se nubló nuevamente y comenzó a llover, el viento era más fuere cada km que avanzábamos y la lluvia más penetrante. Una vez más, Dios nos recordó que prueba a las personas apretando pero nunca ahorca, y de premio a la persistencia y tolerancia nos dejo ver otro milagro natural. El sol salió entre las nubes iluminando cada gota de agua que caía, se formó entonces un hermoso arco iris que nacía en el medio del lago y reposaba en lo alto de un cerro, detrás se apreciaba perfectamente la belleza de la cuidad de San Martín, protegida prolijamente por cerros empapelados de pinos. Nuevamente nos sentimos presentes, vivos, apreciando nuestra Patagonia, reflexionando sobre esa fuerza misteriosa que nos permitió hacer ese mágico viaje, y deseando más que nunca volver a conectar nuestras almas a ese lugar donde todos esta bien, donde lo necesario nos es provisto y la magia se hace presente. Unos minutos más tarde llegamos al hotel sorprendidos de haberlo logrado, de haber descubierto ese canal que te nutre de energía para lograr todo lo que deseas con el corazón. Gracias a Carlos y Sandra que nos sugirieron este viaje revelador!!!
Pame y Dani.