Quiero expresar en palabras, un universo de sensaciones que tuve el honor de experimentar el lunes 24/12/2012 a la madrugada, mientras regábamos la finca con mi padre y mi hermano Jorge, aunque el relato solo menciona a mi padre.
Regando de vida
La tierra sedienta se expandía bajo mis pies aquella noche, el aire cálido e inmóvil abrillantaba la piel del más friolento,
Las chicharras y sapos aturdían con silencios, mientras tres cuartos de luna, prometían acompañarnos hasta las 2:30.
Era más de media noche, pala y rastrillo al hombro salimos hacia la compuerta con mi padre.
Mientras nos acercábamos, en la nocturna lentitud, se escuchaba el campaneo del agua que avanzaba por la acequia.
La tierra se encrespaba al presentir su pronta llegada.
Era el momento, el instante previo al milagro, piernas en cada lado de la acequia, las dos manos sobre la manija de la compuerta, un suspiro profundo y …jjjjjjjj... ese sonido que libera el agua.
Como un perro que corre a encontrar a su dueño, así rueda el agua hacia la tierra,
Saltando, llenando cada espacio, rodeando obstáculos, adaptando su fluir para llegar lo más rápido posible. El primer roce con los labios de la tierra, parece una disculpa por su ausencia,
Luego, una onda de luz invisible se expande hacia cada granito de tierra.
Y allá, al pié de la compuerta, los brillantes ojos de mi padre, inmutables, observan con sorpresa de "primera vez", ese milagro que tal vez ha visto 1500 veces.
Solo el aire teñido por la tierra mojada, revivía sus recuerdos, que parecían renovarse cada vez.
Afloraba en su estampa la fuerza vital, su salud era plena y su corazón repetía en cada latido, por favor DIOS, regálame un riego más…
Así transcurría la noche, la luna sonreía cálida, mientras quitaba su manto blanco del cielo,
Al mismo tiempo se descubría esa bóveda milenaria de estrellas,
La banda blanca que cruzaba el cielo nos dejaba pequeños,
Pero los pies en el agua tibia nos engrandecía.
Y en cada paso sobre el agua, sentir la respuesta a los secretos de la viva. Los mismos que nuestros abuelos intentaron revelarnos a destiempo.
Al rato recorrimos la finca, mi padre concentrado jugaba, se divertía entendiendo el agua,
rastreaba sus micro pasos, adivinaba su camino y se regocijaba cuando una hora más tarde veía sus huellas donde lo predijo.
Era un fluir permanente de emociones, la pacha recostada mirando el cielo suspiraba y agradecía al tata DIOS por el agua, la vida que surgía de ella, las plantas satisfechas, las acequias y los surcos, la compuerta, y las manos de mi padre que la abrían cada vez.
Las primeras cinco partes del día habían pasado finalizando el riego, el cielo blanco de estrellas, un tenue degradé azulado en el este anunciando el amanecer, el aire era un crisol de aromas, el calor y cansancio pusieron mi atención en un paisaje sin igual:
Era una vieja canchita de futbol en un potrero, que el agua había inundado 20 cm, la quietud de la noche lo convertía en un espeje perfecto, me senté en el medio con las piernas extendidas, estiré mis brazos hacia atrás y cerré los ojos en calma.
Unos minutos después los abrí para descubrir que ya no estaba en la tierra, el espejo de agua reflejaba la bóveda estrellada en forma exacta, dejándome en el centro de una esfera. Las estrellas más lejanas estaban a centímetros de mis manos, con mi dedo toqué el lucero que solo aparece en la madrugada y un tren de 7 ondas se expandieron llevando consigo mi plenitud total hacia el resto de la esfera.
Me paré y continué caminado por ese universo, hasta llegar al jardín de mi casa, donde mi padre me esperaba, traté en vano de contarle lo que había experimentado con balbuceantes palabras, para darme cuenta minutos después, que solo una mirada y una leve sonrisa eran suficientes para saber que había estado allí, en ese lugar mágico donde él habita hace varias décadas.
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